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COLABORACIONES


¿Por qué desaparece mi fragancia?, por Daniel Figuero, International Fragrance Ambassador de Dior. Autor del libro “Contraperfume”

¡Cuántas veces nos preguntan por fragancias desaparecidas! (suelen ser Miss Dior Chérie o Midnight Poison en mi caso) o somos testigos del drama que supone recibir en el punto de venta a alguna consumidora contrariada porque hace años que retiraron tal o cual perfume que ella había usado “toda la vida”.

Defenestradas por nuevos lanzamientos, descatalogadas por regulaciones actualizadas o simplemente retiradas por las marcas en operaciones estéticas, muchas fragancias desaparecen del mercado dejando a sus admiradores huérfanos de firma olfativa. Al dolor que supone extirpar memorias unidas a los aromas de la primera juventud o de algunos seres queridos, se le une que estas desapariciones ocurren sin avisar, de la noche a la mañana.

Resulta difícil no verse afectado por el amor que el público tiene hacia ciertos perfumes, un vínculo tan profundo que su ausencia puede disparar cierto síndrome de abstinencia: encontramos a los clientes rogando por una última dosis, ofreciéndose a comprar bajo cuerda los restos de un probador o buceando en los outlets digitales más infectos con tal de evitar la condena al olvido. Esa conexión demuestra claramente que el perfume sobrepasa la categoría de producto y se convierte en algo más. Entonces, ¿qué empuja a las marcas a descatalogar fragancias?

Prohibiciones legales

En una industria que debe cumplir con recomendaciones muy estrictas por parte de la IFRA (la Asociación Internacional de Fragancias), el listado de ingredientes que puede contener un perfume cada vez es más corto. Casi todas las materias primas de origen animal se prohibieron hace tiempo, así como muchos ingredientes o moléculas potencialmente dañinas en altas concentraciones. Cuando una nota se prohíbe dentro de un perfume, la única opción para las marcas, si quieren seguir vendiéndolo, es reformularlo. Esto supone un reto creativo interesante para los perfumistas, ya que deben sustituir la materia prohibida con otras sustancias que igualen no solo el aroma, si no la fijación y el peso en la composición. Una alquimia de sustancias que conjuren a un fantasma, a la ilusión de una presencia.

Precio y beneficio

El sentido común nos hace sospechar también que la industria cosmética no es ajena al funcionamiento habitual en cualquier otra: todo producto debe generar un beneficio. Y si cierta fragancia no ingresa más dinero del que cuesta producirla, se convierte en un peso muerto.

Evitar que una fragancia quede descatalogada también puede responder a una visión a largo plazo, algo complicado cuando los puestos de dirección de marketing se mueven como un juego de tronos cada pocos años. Al sacrificar composiciones, se entierra parte de la herencia de marcas históricas abandonando a los consumidores ante un paisaje olfativo terriblemente homogéneo. A pesar de que cada año se lanzan más de 2.500 nuevas referencias en el mundo, -una velocidad y una obsesión por la novedad que no existían ni siquiera hace 20 años-el espacio en las perfumerías no es infinito.

Rescatar fórmulas olvidadas en el cementerio supone también lidiar con el precio de las materias primas naturales, que fluctúa como las acciones en bolsa dependiendo de la abundancia de la cosecha, su demanda y su calidad. Las fórmulas actuales nos han acostumbrado a una menor concentración de ingredientes naturales y las concentraciones que se utilizaban anteriormente son difíciles de entender bajo criterios modernos, que convierten con facilidad ese intento de rescate en una composición “antigua” y difícil de vender.

En ocasiones veo muertos

Afortunadamente, el mercado de las fragancias cuenta con sus propias resurrecciones. Algunas composiciones perdidas entre los libros de fórmulas abandonan el sarcófago gracias a algún tataranieto, por ejemplo. Sin embargo, este fénix no suele volar del mismo modo: bien porque algunas de sus materias primas han sido prohibidas, porque las bases sobre las que se construían ya no se comercializan más o porque las técnicas de extracción olfativa han cambiado.

Otra faceta positiva atañe a los perfumes que permanecen inalterables durante décadas, lo que les convierte en interesantes. En el mercado encontramos perfumes que tienen más de 20, 70, o incluso 100 años. Por supuesto que han sufrido reformulaciones debido a los factores antes mencionados, pero su mantenimiento es resultado del esfuerzo, la inversión económica y emocional tanto de marcas como de consumidores, y ayudan a entender mejor la herencia colectiva e individual que se puede transmitir con los aromas.

En cualquier caso, invitemos a los consumidores a abrazar el cambio: podemos mostrarles fragancias de la misma familia olfativa, sin necesidad de hacer hincapié en el aspecto novedoso y sugiriendo que aquella persona que vestía esa fragancia descatalogada no es la misma. Como dice la canción, “hoy no queda casi nadie de los de antes y los que hay, han cambiado, han cambiado, sí”.

 

 

 

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Ventas de Perfumería y Cosmética nº489
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