La trampa del color
Cuando una vitamina C se oxida, no ejerce el poder antioxidante y es, además, cuando surge esa sensación de que mancha la piel e intensifica los puntos negros. Y este cambio no siempre se detecta a simple vista… o sí. El color del producto puede darnos pistas: una vitamina C transparente, ligeramente amarilla o anaranjada es lo habitual. Pero si el color vira al cobre o al marrón, y el producto no lleva apenas semanas abierto, algo no va bien.
¿El truco más habitual? Teñir la fórmula desde el inicio. Así, cuando se oxide, no se notará el cambio y se seguirá aplicando un producto cuya función ya no es la que era. Por eso, más que nunca, toca agudizar el ojo crítico.
¿Y qué hay del tipo de vitamina C?
Otro punto clave que sigue generando confusión es la forma en que se presenta el activo. El ácido ascórbico puro tiende a ser muy inestable, por lo que suele ser mejor trabajar con derivados que aseguren la perdurabilidad del producto e, incluso, eviten efectos secundarios, resultando normalmente menos irritativos. Una manera fácil de darse cuentes viendo que a las palabras Ascorbic, Ascorbyl o Ascorbate les acompaña otra palabra, que indica que es un derivado de vitamina C. Un pequeño detalle, leer la lista INCI con atención, que puede ahorrarnos más de un disgusto.
Menos tendencia, más conocimiento
En plena era de los virales cosméticos, es fácil dejarse llevar por tendencias sin base científica. Pruebas de pH, gotas de Betadine y resultados en segundos. Pero ¿realmente indican algo? Para mí, la eficacia de una vitamina C no debería medirse con experimentos caseros, sino con algo mucho más sensato: una buena formulación, ingredientes bien seleccionados y un envase que proteja al activo como merece.
La vitamina C puede ser un gran aliado… pero solo si se elige bien. Y eso pasa por informarse, y, sobre todo, por exigir formulaciones honestas.




